
Poco laburo. Vendí la mitad de la mercadería. El Paragua me cagó a pedos. Lo mandé a cagar, qué culpa tengo si la gente no quiere comprar sus horribles chipas. Desde que amarretea con el queso y los huevos, la calidad bajó bocha. Hace unos días, uno me vino a apurar diciéndome que estuvo con cagadera por culpa de los chipas… Andá saber si es posta y no fue otra cosa que haya comido, pero bueh tuve que cerrar el orto, bajar la cabeza y pedirle perdón.
De Julia no sé nada. No me la estoy cruzando en la estación. Quizá cambio de horario o no me quiere ver más. Tampoco me importa mucho. Tengo la cabeza mambeada por otras cosas.
La muerte del Narigón me pegó mal y sé que estoy escribiendo desde la bronca y el dolor que tengo. El guacho era un buen pibe…Jugar al pistolero y chorro que le hicieron creer que era, lo terminó matando. Pero no quiero echar culpas, para eso está la gorra y los chetos sin corazón que piensan que todo se resuelve con plata. Pobre gente.
Con el Narigón hice la primaria y los primeros dos años de secundaria. Íbamos juntos, él pasaba por casa, me chiflaba la canción La danza de los Mirlos y yo salía. Era nuestro código. De camino a la escuela, pasábamos por la verdulería de Jorgito. Y no hubo un día en cual el Narigón no se haya afanado algo. Por lo general manzanas o mandarinas. Después corríamos como si hubiésemos robado un banco.
Muchos años después me enteré que Jorgito siempre supo que le afanábamos. Se hacía el boludo nomas. Sabía que esas frutas eran nuestro desayuno.
Me voy a quedar con este recuerdo: Los dos, pibitos atrevidos, riendo y corriendo, dejando atrás el hambre y el peligro. Sentados en el cordón de la vereda, masticando esas manzanas, mirándonos con ojos y sonrisas cómplices.
Somos Conurbano / Todos los Derechos Reservados