
Piola El Gordo Korko, que de gordo no tiene nada. Es flaco, huesudo y con alta cara de mafia. Una re caripela de secuestro adornada con una serpiente tatuada, que me pareció que tapaba una cicatriz, y un San la Muerte alrededor de todo el cuello.
El Paragua dice que el apodo “gordo” le quedó de cariño y que ahora está así de chupado por un cáncer que casi lo mata. Para algunos, el Gordo volvió de la muerte y por eso se escrachó el cuello. Cuando estaba en la jodida, casi tocando el arpa con los pibitos de arriba, hizo la promesa de dejar la falopa y ser devoto de San la Muerte. Quizá es puro chamuyo del Paragua, no sé. Es medio versero y cuando anda un poco escabio, no para de hablar boludeces. Un re denso.
La cosa es que El Gordo Korko, por suerte, me bendijo. Me dijo: “no te pelees con los pasajeros, de ellos depende la moneda de todos los días”, “respetá a tus compañeros, no te pasés de vivo” y “si te veo afanando te voy a pegar un tiro en el medio de la frente”. Todo me lo dijo con el mismo tono y sin parpadear. Después me palmeó, me dio la mano y sin soltarme me dijo “ahora sos uno de los nuestros, guacho. Si hacés las cosas bien, va a estar todo bien. Si hacés las cosas mal, va a estar todo mal. Corta, amigo. Bienvenido”.
De a poco me voy acostumbrando al tren. No me cabe la onda de cumplir horarios y que solamente pueda laburar en un par de estaciones, que encima son las más feas. A las más piolas, en las que se trabaja mejor, sólo pueden subir los que venden galletitas o chocolates. Que son como los porongas de los vendedores y tienen más derechos.
Lo piola de ir siempre a la misma hora es que te cruzás con la misma gente. Y hay una pibita, que por la ropa se ve que es medio cheta, que me encanta. Todavía no me compró nada, pero más de una vez flashié mirándonos.
Somos Conurbano / Todos los Derechos Reservados